viernes, 28 de marzo de 2014

Siempre he sentido una atracción singular por las viejas leyendas, no porque tenga una especial credulidad hacia el esoterismo, si no más bien por el gusto literario y misterioso que me trasmiten. Así es que, el pasado domingo, acompañado por uno de mis hijos y su mujer, dirigimos nuestros pasos hacia Peñarudes, pueblecito del concejo de Morcín en Asturias, empeñado en realizar unas fotografías a un semiderruido torreón medieval que imperdonablemente aún no conocía.
Llegamos, por fin, al pueblo y allí estaba, en lo alto de un cerro, majestuoso e imponente. Como quiera que el sol comenzaba ya a ponerse, decidimos ascender con prontitud para realizar algunas tomas con luz natural. Subir por un estrecho sendero, sinuoso y bastante empinado, me resultó increíblemente penoso y esto me llevó a reflexionar sobre lo duro que debió resultar, hace nueve siglos, el acarreo de los materiales a los constructores de semejante arquitectura. En dos ocasiones, al menos, me ví obligado a parar unos segundos para recuperar el resuello, cosa que achaqué, en un principio, a la falta de forma, a la edad o a ambas cosas; luego, observando como resoplaban mis acompañantes, me quedé más tranquilo.
Como decía al principio, no soy yo persona dada a creencias fantasmagóricas, ni historias de caballeros descabezados buscando venganzas más allá de la muerte, pero he de confirmar que, durante el ascenso, hubo un punto en el que el frío de una incipiente helada dio paso a una brisa cálida semejante al aliento de algo o alguien que intenta comunicarte que estás entrando en un lugar distinto y sagrado al que se debe acceder con respeto, y cuya posición geodésica produjese emisiones telúricas.
Una vez arriba, la visión es aún más imponente y nuestra mente se dejó llevar por la recreación de antiguas historias que la torre evocaba, máxime teniendo en cuenta que el sol acababa de ocultarse tras las colinas más occidentales. Y, puesto que la misión que nos había conducido allí era puramente fotográfica, montamos el trípode y, con la única luz de un potente foco que iluminaba la pared más oriental del torreón, realizamos algunas fotos de las que ésta puede servir de muestra. La vuelta también tuvo su pequeña aventura, pero esa es ya otra historia.




viernes, 21 de marzo de 2014

La Primavera

Hace algunos años, los suficientes como para volver a recordarlos, como solemos hacer los que comenzamos a ser "talluditos", en la escuela a la que asistía usábamos, como librito de mis primeras lecturas, un ejemplar en el que, en su cabecera, se veía el dibujo de un niño agachado portando una enorme lupa con la que observaba unas hormigas y, probablemente, alguna florecilla. El título del manual era: La Primavera.

Sirva la foto para conmemorar la entrada de la estacíón y, de paso, retrotraernos a la infancia.

jueves, 20 de marzo de 2014